TODAS PUTAS

Aquí estoy, como una especie de soldado en su puesto de guardia. Me encuentro en el trámite al amanecer de un día gris y nublado, el verano está muriendo y probablemente tengamos tormenta, pero siempre estoy seguro, siempre estoy de vuelta en este descabellado «eterno retorno».

Escribir siempre de noche, cargando con el peso del mundo entero como imitadores de Atlas acaba pasando factura, y es que la felicidad se evapora y al final quedan las penas sedimentadas en los párpados, que pesan y siempre caen. Pero por desgracia el mundo sigue girando, siempre hay un nuevo amanecer gritando una nueva oportunidad para la gran venida.

Con una obsesión casi enfermiza los profesores de la universidad nos advierten de que tenemos que hacer cosas nuevas, de que tenemos que crear y que además, tiene que ser algo que venda, que nuestro futuro está en ser mercenarios de las grandes compañías. Qué triste. ¿Cómo se puede crear algo nuevo siendo viejo?

Y de este modo, permanecemos esclavizados a Dios, y aunque ahora éste lleve un traje caro y el pelo engominado, sigue queriendo fieles servidores para una falsa redención.

Voy a seguir viviendo mucho tiempo, entre ríos negros, ecos de tambores de guerra y mucha polución, y esa visión, la del eterno retorno al alba es la que me impide aceptar las reglas de los antiguos. Seré algo nuevo y probablemente absurdo, seré un fantoche atrapado en una realidad pero pienso regirme por mis propias normas, y arder para brillar.

Y aquí me quedo, mirando por la ventana, sonándome los mocos e imitando a Arrabal estando borracho: «El superhombre va a llegaaaaaaaaaarrr».

Frases sueltas

Creces, pues no te queda otra salida. Creces y ves cosas que siempre han estado, pero que jamás te habías percatado. Entiendes de que va la política, te indignas, descubres ideas antiguas, ideas muy buenas y que no se están aplicando. Eres el que más sabe. O no.

Admites que hay gente que sabe mucho más que tú y aprendes, pues estás del lado de los buenos y quieres profundizar en tus conocimientos. Tienes la verdad absoluta ante y la defiendes como cualquiera haría con ella ¿cómo es posible que todo el mundo no esté de acuerdo con esto? Te preguntas. Conoces las ideas, que te llevan a más ideas, a suaves giros (¿no era absoluta?). Después, cuando más cerca estás de ser el elegido, zas, se acaba.

Conoces a un profeta, conoces a un maestro, a un guía, y lo peor de todo es que es un jodido escéptico. Y así terminas tú, todo tu fanatismo, tu veracidad, tus pensamientos, todo es puesto en duda. Y lo haces tú mismo. Y piensas y vuelves a pensar. ¿Cómo había estado tan ciego?

Existencialismo, escritores con crítica social, libros, más libros, te juras que esta vez tu conocimiento estará basado en eso que ha despertado, ese picor en la espaldas que aprendes a llamar pensamiento crítico. ¿Pero cómo puede ser? Una y otra vez.

Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado. La mayoría nunca tiene razón porque la mayoría es estúpida. Vivimos en el peor de los mundos posibles. Vaya si parece que no soy ni el primero ni el último. Empieza tu metamorfosis. Acepta que vas a morir. Después acepta que cuando lo hagas, el mundo seguirá girando. Como último paso sufre durante meses, en silencio y a poder ser en tu propia casa. Haz un sacrificio por ese malsano «amor romántico».

Enhorabuena, tienes 21 años y te comportas como un viejo reaccionario.

La perdimos

No quiero abrir los ojos, noto que estoy sentado sobre una roca todavía cálida debido a los últimos rayos de sol, intento concentrarme para desterrar los pensamientos que me asedian desde hace horas, días, años. Entre todas las turbulencias encuentro un remanso de paz que me permite concentrarme en el lugar en que me encuentro. Escucho ruido de agua, el sonido de las olas al romper contra la realidad. No sé dónde me encuentro ni que hago aquí, e intento abrir lo ojos y entonces me veo.

Me veo a mi mismo, de algún modo. Hay alguien delante de mi, a quien no reconozco por su aspecto, jamás le había visto, pero algo en mi interior está lanzando gritos, ese soy yo. Y allí está ese extraño tan familiar, sentado sobre una roca y mirando al horizonte, viendo como se termina escondiendo el sol. Quiero escuchar mi voz, para saber que soy realmente yo, pero está encerrada en lo más profundo de mi pecho, atenazada por un nudo amargo que no soy capaz de superar.

Con los último reflejos rojizos, el astro rey se esconde completamente y nos deja solos. Intento ver mis ojos, que ahora son de un color pardo más oscuro y sólo encuentro una mirada cómplice de la locura y la desesperación. Entiendo que he perdido algo muy valioso, entiendo que todavía lo estoy buscando, debe ser algo tan importante para un hombre que su ausencia haga de la existencia algo superficial y soez. Todo en una mirada, que sólo se podría calificar de herida.

No puedo evitar llorar por él, y como si mis lágrimas llamaran a a la oscuridad de mi interior, todas las pequeñas estrellas que nos custodiaban empiezan a fundirse, el mar se embravece, como si odiara que alguien sin alma lo contemplara. Las olas enloquecen de ira, llegan hasta los pies del desconocido, intento gritarle que se vaya pero no puedo, me ahogo en mi mismo. Miro hacia atrás, buscando una salida al final que está a punto de suceder, pero me aterro, hay más mar. Él y yo estamos en mitad de la nada.

Un mar de corazón negro que nos rodea, una marea que sube sin cesar, vamos a desaparecer para siempre en medio de una tormenta amarga, sólo queda aceptarlo. Veo como el desconocido salta al agua desde la roca y camina adentrándose más en él, mucho más de lo que parecía posible. Siento su miedo y de repente, liberación. Lo último que veo es su esperpéntico cuerpo disolverse entre las aguas, como si del océano de la historia se tratara y vuelvo a estar a oscuras, con los ojos cerrados. Pensamientos en estampida me recorren, como un ataque indiscriminado, intento no perderme más.

Todo cesa y escucho mi voz: «perdimos la libertad, ya no tenía sentido seguir luchando».

Iba a por trabajo y la perla estaba abajo.

Esto es maravilloso

Piso de Fortachones

Henry y Pepi antes de ir al mar, se dirigieron a Skinnypolis a comprar una lancha con un motor, y como conductor tenían al maestro Sapatilla, que era un castor tatuado con un máster en dirección de empresas. 

Llegaron a la orilla, sacaron la lancha del bolsillo mágico que le robó Pepi a Wargreymon, y pusieron rumbo a Cabrápolis, capital de la comarca donde está Fondo de Triquini.

Cuando llegan a Cabrápolis se encuentran una manifestación de cabras que quieren ser humanos, Pepi, para ayudar a las cabras que iban a dos patas porque querían ser humanos, se fue al jefe de los antidisturbios y les dijo: «Por mi hija pequeña que te disparo en toda la pierna». Y los antidisturbios salieron corriendo. Como agradecimiento las cabras manifestantes le dijeron a Pepi y compañía donde estaba la casa de la gran zebra Georgi Stefan, estaba en las afueras debajo de…

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El verano me toca los cojones

Es verano y hay demasiado tiempo para pensar. Pero claro, no tienes nada mejor que hacer salvo sudar a mares así que empiezas a poner en marcha la maquinaría. Ya casi han pasado las vacaciones y siento que he desaprovechado mi tiempo, pues salvo leer y ayudar un poco en casa no he hecho nada con mi vida en estos meses. Y si habéis leído alguna entrada anterior posiblemente sabréis la obsesión que tengo por hacer algo que quede para la posteridad.

Podría haber trabajado, ¿pero qué hubiera cambiado? Tendría el bolsillo un poco más lleno y hubiera tenido menos tiempo para reflexionar sobre lo ruinosa que es mi vida, el clásico truco de esconder la suciedad debajo de la alfombra y desear muy fuerte que desaparezca. También he intentado escribir algo propio, pero cada vez que empiezo algo, siempre suena pueril y horroroso, y me siento como un mono con un lápiz de minas.

No tengo ideas, por mi mente sólo pasan refritos de las historias que he leído, como si sólo fuera capaz de desmantelar lo que conozco y no de crear algo nuevo. Tampoco tengo disciplina así que no tiene mucho sentido quejarme. Siguiendo con un breve repaso de mi estado anímico, he descubierto que hay dos tipos de personas: las que odio y las que odio más todavía.

Eso último ha sido una exageración pues aunque estoy cerca todavía no me considero un misántropo. Pero es cierto que estoy perdiendo el contacto con mi gente de siempre, quizás por falta de interés bilateral. Y los demás me decepcionan, son como copias defectuosas de un molde original. Si bien es cierto que también hay gente con potencial para mantener buenas conversaciones, es evidente que no les interesa lo más mínimo mi presencia.

También he aprendido una verdad universal y es que, cuando más ignores a alguien, más interesado está por complacerte. Y por el contrario, si les dedicas alabanzas y admiración, te ignoran y pasas al otro lado. Es como un balanza, un pequeño juego. Después, en su puta división, están los gilipollas a los que detestas y que te ven por la calle, se paran y te preguntan «¿Qué tal el verano?».

Puedes quedar como una pardillo y contestar «pasando calor», puedes quedar como un pedante y decirles que has estado leyendo sobre la naturaleza humana para comprender el mundo o puedes encerrarlos en una cárcel submarina, como a los titanes. Aconsejo la tercera.

Ya queda poco para que esté quejándome de la rutina y sufriendo desengaños. Casi no puedo esperar.

Improvisación absurda

Como no todo van a ser penas ni filosofía, aquí la historia que he escrito con los personajes de Alex (Pepi y Carmaiquel) y Picornell (Henry).

Pepi estaba sentado en el banco de un parque dando que comer a las palomas biónicas cuando de un agujero espacial salió Carmaiquel. -Rápido Pepi-, dijo Carmaiquel -tengo que ir recoger un kebab y tenemos que salvar a Henry-. Pepi apuró su bocadillo de chope y queso y entró en el portal de Carmaiquel.

Viajaron a la época de Henry justo cuando su padre le estaba pegando una paliza. Henry estaba en el suelo, sangrando a mares y su padre le pegaba con un consolador de goma untado de amoníaco. Un golpe más y moriría. Carmaiquel saltó de cabeza a interceptar el golpe y quedó tendido sobre la alfombra de licra rosa.

Pepi le arrancó la cara al padre de Henry y resultó que era una máscara, el hombre con un consolador en la mano y que maltrataba a su hijo era Hitler. Pepi encontró a su nemesis, aquel que me más odiaba en el mundo. Empezaron a pelear haciendo kung-fu, caminaban por las paredes intercambiando golpes mientras hitler fumaba un puro.

Hitler hizo aparecer en sus manos una esvástica gigante que lanzó contra Pepi, en el último segundo Pepi arranco el pene de Henry, que era un garfio, y le devolvió la esvástica a Hitler cortando su cuerpo en dos.

Así terminó todo, llegó a tiempo para recoger su kebab mixto y los otros tres, murieron. Henry de maricón, Carmaiquel de un pollazo y Hitler cortado en dos.

El camino

Todo empezó por un camino tranquilo entre el bosque, la luz se colaba entre las copas de los arboles y producía una sensación muy agradable sobre la piel, la brisa refrescaba y no había ni raíces ni estrecheces durante el camino, recuerdo que era un niño y recuerdo que era feliz, siempre avancé por esa extraña voluntad que es la vida. Iba acompañado en todo momento por mucha gente, todo íbamos en un gran peregrinaje, había juegos, risas, todo era divertido y un instante era un mundo. Recuerdo que nos sentíamos muy unidos y yo les tenía bastante afecto a todos, era como una familia, no la elijes pero aprendes a vivir con ella. Aquel verano duró muchos años y cada momento no dejamos jamás de avanzar.

Pero llegó el momento en que empezamos a notar que no éramos tan parecidos entre nosotros como habíamos pensado, y descubrimos una verdad universal y es que, en el camino en el que estábamos sólo se podía ir hacia adelante. Por primera ver nos giramos y nos vimos a nosotros mismos, más pequeños y más inocentes. Poco a poco fue cambiando el clima, hacía más frío, los árboles empezaban a perder hojas doradas y cada vez había menos luz. Incluso el suelo que pisábamos, antes duro y seco empezaba a ablandarse bajo nuestras suelas. Había menos juegos y más discusiones, más ofensas, yo me estremecía constantemente pero aguanté, pues después del mal tiempo, siempre hace bueno. Me equivocaba.

Seguimos creciendo en nuestro camino, algunos se paraban a observar las hojas, la corteza de los árboles, el cielo, otros en cambio, que era la inmensa mayoría, sólo andaba y molestaba a los que más diferenciados estaban. Todo cambió de repente, estallando una tormenta, algo violento. Estábamos en un cenagal, en medio de la tormenta perfecta, el cielo era negro de una noche cerrada que sólo cedía ante los rayos que se paseaban brevemente. Encontramos una cueva en la que refugiarnos.

Estando allí dentro y separados de las chicas del grupo, los que caminaban más deprisa, los que no se fijaban en nada, se volvieron más crueles, un continuo tira y afloja de poder entre ellos, con alianzas para machacar al resto, pues así saciaban su vil espíritu, haciendo que sus compañeros desde hace tantos años se sintieran mucho peor. No me gustaba nada, así que en una bifurcación me fui por el sentido contrario al del resto del grupo, creí que así estaría mejor, que aunque no encontrara salida por aquella opción podría alejarme, pero se dieron cuenta.

Mi camino se iba inclinando cada vez más hacia abajo, cada vez las sombras eran más densas y aquellos que antes eran mi familia gritaban injurias e insultos contra mi, que por no ser una persona formada del todo y por provenir de ellos me atormentaba. Empecé a correr y pronto me encontré en la total oscuridad, pero por más que avanzara sus voces no se alejaban, eran más nítidas, más fuertes y mucho más crueles. Un día las voces desaparecieron, pero no lo hizo el miedo ni tampoco la sensación que me habían trasmitido durante ese tiempo, yo no valía nada.

El caminó acababa en un enorme acantilado, me paré en seco delante de él y observe el fondo. El mar embravecido me atraía, el abismo miraba a través de mi. No podía volver atrás, ya nunca podría deshacer mis pasos y delante de mi sólo estaba la muerte. Lloré, pues elegir mi propio camino había provocado la ira de mis compañeros que me habían destrozado y la única visión de salida era el suicidio. Aquel acantilado desprendía calidez, prometía acabar con todo mi sufrimiento.

Y cuando me disponía a poner fin a todo me llamó una voz, era una voz de mujer, desconocida para mí. Me giré y de entre la oscuridad, en un lateral distinguí una figura que avanzó hacia mi, la viajera me cogió de la mano y me lleve hasta un ensanchamiento en la roca que utilizaba como guarida. Se llamaba Ana, tenía unos ojos preciosos y una voz muy agradable. Era la primera persona que era amable conmigo en mucho tiempo e hice todo lo posible para conseguir su amistad. Ella me contó su historia de derrota sin conocerme apenas, me abrió su corazón y yo le correspondí con las narraciones de mis fracasos. Pronto encendimos un fuego sobre el que quemamos nuestros miedos y nuestros prejuicios.

Me señalo mis propias heridas, las que me había hecho al caminar por el gran derrotero que era la cueva y con amabilidad y mucha paciencia me las curó. Volví a sentir la seguridad de los tiempos de verano. Volvía a ser feliz. Me comprometí a ayudarla en todo lo que pudiera y pronto, entra charlas insustanciales y análisis profundo retomamos la marcha. Juntos teníamos luz y pudimos observar como la tormenta se desvanecía, como nos costaba andar cuesta arriba y como el ambiente era cada vez más seco. Era mayor, me dio su experiencia, a cambio yo le di mi visión del mundo. Cuando me quise dar cuenta había llegado fuera de la cueva.

El tenue sol sentaba bien después de haber estado tanto tiempo encerrado en la derrota, la miré y supe que había terminado. Le di un abrazo y un beso en la mejilla. Le dije que la quería, como una hermana, como una madre, como una compañera, como a una esposa, simplemente dije que la quería. Y allí mismo nos separamos, pero nunca se puede olvidar al ángel que un día te salvó. No existe ningún amor igual.