Brainstorm: Máscaras.

Somos las máscaras que nos ponemos, somos los puentes que dinamitamos por miedo a salir corriendo. Nuestro ser, nuestra voluntad, es algo que no tiene forma, es algo que no tiene características ni más necesidad que el objeto de nuestro deseo. Por desgracia este ego no puede existir si no está encerrado y atrapado en un cuerpo físico, sometido a las estúpidas leyes morales del resto de semejantes.

Todo el mundo tiene al menos dos máscaras, dos estados que se complementan para poder expresar algo psicológico entre tantas necesidad fisiológicas básicas. La primera de ellas es un máscara completamente estúpida, es la que elegimos para con los demás, es una imagen distorsionada de nuestro interior, como un espejo translúcido que deja entrever nuestra esencia pero oculta los detalles más horribles del yo.

¿Qué pensarías si un compañero de clase te dijera «quiero encontrar a una chica para desahogarme y dormir oliéndola»? ¿Y si una compañera de trabajo reconociera «Aunque mi novio sólo me quiera para asegurarse un polvo a la semana, me da seguridad tenerlo»? No podemos decir eso con la máscara de la normalidad puesta, pues es demasiado pesada para poder extraer sentimientos tan simples y tan profundos. Es una puerta cerrada a nuestros deseos íntimos, es una capa incolora de mediocridad que nos permite integrarnos en un grupo de imbéciles con demasiado miedo a mostrarse tal como son, porque están asustados de que otro gilipollas les hiera en sus patéticos sentimientos de niño.

La necesidad de integración es real, pero el precio a veces es demasiado alto. Igual no vale la pena dejar que esta pesada losa que llevamos todos los días clave sus raíces en nosotros. Hay que ir con cuidado y tener muy claro el papel que estamos interpretando, pues si no somos conscientes de ello acabaremos siendo un personaje difuso de nuestra propia vida. Una imagen deformada en un mugriento espejo, un esperpento.

La otra máscara que todo el mundo lleva es la del anonimato, ¿por qué hay tanta gente que esconde su identidad en Internet? La respuesta es bastante sencilla, al ser anónimos pueden permitirse el lujo de mostrarse más transparentes sin miedo a que eso les afecte. El delirio llega a tal punto de crear nuevas máscaras para interpretarlas con desconocidos, papeles que siempre nos hubiera gustado tener, roles que deseamos, puedes ser cualquier cosa cuando nadie te conoce.

Quizás el máximo exponente del anonimato es la intimidad, estar sólo delante del papel en blanco esperando que los espasmos del interior del cuerpo guíen a la mano. Quizás la verdadera clave de la felicidad sea encontrar a alguien con quien desnudarse de máscaras. Cuando más complejo es el interior de una persona más máscaras tiene que crear para poder exteriorizar todo el crisol de matices. Más roles tiene que jugar y más peso tiene que llevar. La máscara del anonimato es negra como la noche, ligera como una pluma y suave como una caricia. El superhombre es aquel que no lleva otra máscara, es la forma más perfecta de la evolución.

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